Conozco a N. a través del portal de internet. Me atrae mucho por ser negra, y es que no oculto mi debilidad por las mujeres morenas, morenitas, muy morenas, oscuras… me pierden. No en vano mi segunda mujer es mulata, brasileña, como N. Me aprovecho de mis aptitudes lingüísticas con el portugués para intentar camelarla, y enseguida intercambiamos msn’s. Durante la primera charla me da su teléfono y quedamos par salir.
Cuarenta y dos años en un cuerpo de veinte, alegre, con carrera universitaria. Parece que conectamos bastante bien. La llevo de tapas y luego a un bar con música en vivo, donde le robo un beso. No sólo me corresponde, sino que me mete la lengua hasta donde le da de sí, y mis hormonas se montan una fiesta de órdago porque ya hace varios meses que no me como un rosco.
La acompaño a su casa y bajo del coche para lo que suponía que iba a ser una despedida en el portal, pero sube las escaleras sin decir ni media y entra en su casa, y yo detrás, claro. Se repantinga en el sofá, se quita las botas, y hago lo que se supone que seguiría en un guión con un mínimo de sentido: atacar. Muy bien, se deja hacer, yo cauteloso, pasito a pasito, sin ir más allá de besarla y acariciarla por encima de la ropa, esperando señales, como un campeón, hasta que en una pausa me dice que ya me puedo ir a mi casa. Por mí perfecto, pienso que ha sido un buen comienzo y que ya terminaremos lo empezado otro día, y tiro para mi casa con un calentón del quince, pero feliz como una perdiz.
Cuarenta y dos años en un cuerpo de veinte, alegre, con carrera universitaria. Parece que conectamos bastante bien. La llevo de tapas y luego a un bar con música en vivo, donde le robo un beso. No sólo me corresponde, sino que me mete la lengua hasta donde le da de sí, y mis hormonas se montan una fiesta de órdago porque ya hace varios meses que no me como un rosco.
La acompaño a su casa y bajo del coche para lo que suponía que iba a ser una despedida en el portal, pero sube las escaleras sin decir ni media y entra en su casa, y yo detrás, claro. Se repantinga en el sofá, se quita las botas, y hago lo que se supone que seguiría en un guión con un mínimo de sentido: atacar. Muy bien, se deja hacer, yo cauteloso, pasito a pasito, sin ir más allá de besarla y acariciarla por encima de la ropa, esperando señales, como un campeón, hasta que en una pausa me dice que ya me puedo ir a mi casa. Por mí perfecto, pienso que ha sido un buen comienzo y que ya terminaremos lo empezado otro día, y tiro para mi casa con un calentón del quince, pero feliz como una perdiz.
3 comentarios:
¿Qué decir? - empezar algo para no acabarlo es dejarlo a medias-, y eso, personalmente, no me gusta nada, aunque reconozco que vivir es dejar a medias todo lo que realmente queremos vivir.
Salu2.
y digo yo, para eso te mete en su casa?
ains... mujeres... :P
A los dos:
Pues eso digo yo, jajaja.
Besos.
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